El saludo y la palmada a cada jugador. La voz de aliento para levantar a futbolistas que rompían en llanto como Germán Pezzella, el chileno Paulo Díaz o el juvenil Claudio Echeverri, la última imagen en el campo del Monumental de Marcelo Gallardo antes de ingresar en el vestuario. El fervor del público en el banderazo, el apoyo sostenido y el reconocimiento por la entrega cuando la serie de semifinales era irreversible, retazos de una noche que se llenó de color, pasión, sentimiento, ilusión, aunque la eliminación frente a Atlético Mineiro golpeó al Muñeco y a un plantel que se esperanzó con una noche épica. La urgencia de partido perfecto con la que River encaró el desquite no se hizo realidad. Una cuestión de fe, de esoterismo, más que la convicción futbolística por lo que enseña el presente, apuró al simpatizante a creer una vez más en la figura de un general de mil batallas, que condujo noches inolvidables en la Copa Libertadores. Pero Gallardo no logró todavía ensamblar una formación que invite a soñar, más allá del respeto y aceptación que transmite su figura.“Cuando uno asume ya es responsable, no me voy a quitar ninguna responsabilidad. En cuanto a…LA NACION