Bruno Ferrari llevaba ocho meses recorriendo el sudeste asiático, cuando sintió que quería cambiar de atmósfera. Era tiempo de dejar las playas idílicas para sumergirse en una aventura que lo desafiara a nivel físico, mental, pero, sobre todo, espiritual. Antes de recorrer el sudeste, había vivido un año en Australia, donde había trabajado en construcción, en un club y como guía de buceo en la barrera coral, y si bien estaba fascinado con el estilo de vida que había llevado hasta el momento, anhelaba experimentar algo diferente, y para ello, decidió que India tenía la respuesta.Para alcanzar su sueño existía un obstáculo: su visa se vencía y tenía un vuelo de regreso a la Argentina en dos días. Intentó tramitar una visa Mandalay (que da el consulado), pero en la embajada de la India de la ciudad donde se encontraba (Myanmar, Birmania) no había ni una sola persona, salvo el embajador, quien decidió atenderlo personalmente en su despacho: “El proceso llevaba normalmente ocho días hábiles, pero con la ayuda de él y del personal de embajadas en Argentina, en 48hs tuve mi visa, compré el vuelo más barato que encontré, que era el de Bangkok a Calcuta, y así arrancó…LA NACION