Ese invierno había ido varias veces a comprar leña a la casa de un poblador ubicada del cerro Chapelco, en San Martin de los Andes. En uno de los viajes notó que, a lo lejos de la casa, se podía ver un perro atado, solo, siempre en el mismo lugar. “El día anterior había nevado fuerte y se me estrujó el corazón de solo pensar que había pasado la noche en esa suerte de cucha improvisada que le habían armado con pocas ganas y nada de amor. Me acerqué a acariciarlo y noté que estaba totalmente flaco, se le contaban las costillas”, recuerda Mercedes Troyes.Preocupada y angustiada, le preguntó al dueño de casa por ese perro. “Me dijo que se había vuelto mañoso con los animales que él criaba para vivir y había decidido atarlo y no soltarlo más. Y, además me aclaró que, a pesar de mi cara ese era un buen panorama para el perro; otro poblador le habría pegado un tiro sin dudarlo”.Viajó de mochilera a la playa y un perro se refugió en la casa que alquilaba: “Llevalo con vos o lo matamos”“Probablemente era un perro hambreado que lo usaban para cazar”Sabía que no podía quedarse…LA NACION