En Rosario, Agustina tenía una buena vida. Estudiaba ingeniería mecánica, disfrutaba de los rituales familiares y se juntaba con sus amigas en largas mesas para nueve. A ellas las conocía desde el colegio y, tal como suele suceder en los primeros años de la juventud adulta, se movían en grupo con la sensación de que aquello duraría para siempre.2012 fue el año que trajo el primer cambio. Las novedades eran tan emocionantes que Agustina apenas sí se percató de que estaba frente a un umbral, a punto de dejar atrás la existencia tal como la conocía. Había ganado una beca para hacer un intercambio de un año en la Universidad Técnica de Brunswick (Braunschweig en alemán), al norte de Alemania y, con aquella noticia, armó las valijas hacia un país desconocido, un idioma más extraño aún, compuesto por personas ajenas a su cultura y su historia.“Me postulé a la beca porque siempre me había llamado la atención Alemania, sabía que era un país donde, como ingeniera, podés desarrollarte muy bien profesionalmente”, cuenta Agustina, quien partió a Europa sin imaginar que allí iba a conocer a una persona de la que nunca más se iba a querer separar.Fue el primer balneario…LA NACION